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Apuntes de un planeta estresado

paolony

Apuntes de un planeta estresado

paolony

, el Jueves, 5 de Septiembre de 2019 a las 12:57h
En su nuevo libro Apuntes de un planeta estresado, Matt Haig sostiene que este mundo nervioso y rápido en el que vivimos el que crea individuos al límite.

«Estamos más conectados que nunca y sin embargo nunca hemos estado más solos», dice este escritor que sabe lo que lo habla, pues ha padecido graves problemas de salud mental.

Esta aceleración se traduce además en un bombardeo informativo que nos exige estar al tanto de las noticias que se suceden, sin tiempo para reflexionar ni resetear nuestras mentes.

«Si el sistema parece diseñado para hacernos infelices, ¿hay algo que podamos hacer al respecto? ¿Se pueden reorganizar las prioridades?», se pregunta Haig.

El escritor parte de su propia experiencia para explicarnos cómo podemos defendernos, rehumanizarnos y cambiar para siempre el modo en el que invertimos nuestro valioso tiempo en el planeta.

Matt Haig sufrió una crisis nerviosa a sus veinticuatro años que le llevó a intentar suicidarse.

Tras luchar contra la depresión durante años, se volcó en la escritura.

Leer y escribir libros le salvó la vida, pues «en un mundo que intenta cada vez más aislarnos del entorno y de nuestro verdadero yo, los libros son nuestro camino hacia la libertad, hacia los otros».

Es autor de cinco novelas para adultos, entre ellas los best sellers Los Radley y Los humanos.

También ha escrito literatura infantil y juvenil y su obra ha sido traducida a más de treinta idiomas.

En «Apuntes de un planeta estresado» explica cómo, para superar una crisis de ansiedad, intentó recurrir a supuestas ayudas que están en la mente de todos: escuchar podcasts, ver nuevas series de Netflix, meterse en redes sociales, buscar en su smartphone algo que le hiciera sentirse mejor… “Sin embargo -atención: spoiler-, no funcionó”.

ALELADO REVISANDO TWITTER
«Me quedaba alelado -añade- mirando un correo electrónico sin responder, muerto de terror, y no era capaz de contestarlo.

Después, en Twitter, la distracción digital en la que me refugiaba, me di cuenta de que mi ansiedad se intensificaba.

Ya solo revisar de forma pasiva los últimos mensajes era como exponer una herida».

Entonces fue cuando decidió hacer algo bastante lógico, aunque no siempre tan sencillo de llevar a la práctica: desconectar.

«A diferencia de mi smartphone, para la ansiedad no existe una función de deslizar para apagar.

Sin embargo, dejé de sentirme peor.

Me estabilicé.

Y al cabo de unos dias, las cosas empezaron a calmarse.

La familiar senda de la recuperación llegó más pronto que tarde.

Y abstenerme de estimulantes —no sólo alco­hol y cafeina, sino esas otras cosas— formó parte del proceso.

En definitiva, empecé a sentirme libre de nuevo».

Haig, una suerte de neurótico bien humorado que ya ha vendido un millón de ejemplares en su libro, traducido a 40 idiomas, quizás sea demasiado duro con la tecnología pero acierta al avisar sobre los peligros de un uso excesivo de la misma.

LA VIDA QUE PASA MIENTRAS MIRAMOS UNA PANTALLA
Y es que el mismo smartphone que facilita y enriquece nuestra vida puede hacer, si no ponemos remedio, que pase frente a nosotros sin que nos demos cuenta, dando paso a fenómenos como el Phubbing.

Este comportamiento, se caracteriza por ignorar a alguien que tienes delante para estar conectado con los demás.

“Es paradójico.

Una red social que sirve para comunicarnos nos aísla de las personas que tenemos al lado”, reflexiona Dominica Díez Marcet, doctora en Psicología y psicóloga clínica responsable de la Unidad de Juego Patológico y Otras Adicciones no Tóxicas de la Fundació Althaia.

Por su parte, Marta Miret y Elvira Lara Pérez, psicólogas de la Universidad Autónoma de Madrid, señalan que la comunicación mediante plataformas digitales nos permite expresarnos y construir comunidad, pero parece tener un efecto negativo sobre el bienestar en personas que no disponen de una red de apoyo social.

«Aplicaciones como WhatsApp -añaden- nos permiten conectar con cualquier persona en cualquier momento.

Sin embargo, el mensaje es más simple y perdemos los matices de tono de voz y expresión facial presentes en la comunicación cara a cara, fundamentales para un adecuado intercambio social.

Además, parece existir un sesgo positivista en las comunicaciones virtuales, exponemos más los aspectos positivos que los negativos, por tanto, tenemos la impresión de que los demás tienen mejores vidas y son más felices.

Todo esto puede generar altos niveles de ansiedad poniendo en riesgo la salud mental».
- Leer más -
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